"Antares guardaba un recuerdo precioso de su hijo. Lo denominaba el alzamiento, una versión disminuida y menos dramática que la imagen de Cristóbal de Licia, el gigante cananeo, llevando sobre sus hombros al Niño mientras vadeaban el río. Todo padre sabe lo que es sentir ese peso sobre los hombros, un peso inexistente y al tiempo intolerable. Inexistente porque el amor no pesa; intolerable porque el hijo amado es la sustancia más pesada del mundo."
Niños en el tiempo.
Ricardo Menéndez Salmón.
ES el espacio que separa mis manos del ordenador una constante y sin embargo, de tanto en tanto, la distancia se hace gigante y cuesta venir a él. No acaba uno de saber si las dificultades por escribir en este Cuaderno de lo cotidiano se las imponen o es uno mismo el que las establece como una excusa barata. Será una mezcla de ambas cosas.
Pero también sucede que como un detonador, un suceso, una música, un libro o la estrofa de un poema le saca a uno de esa hipnosis de inactividad.
Son cosas pequeñas, tanto, como diría Emily Dickinson, como nuestro llanto, como los suspiros...Sin embargo, por cosas tan pequeñas, realmente vivimos.
Efectivamente, lo que le sucede a uno no es cosa del otro mundo. Así que, ¿porqué traerlo aquí, palabra a palabra?. Por obligación, me digo. Lo hace uno como teje el gusano su espacio: con palabras que son hilos de seda. Así quiere sentirse uno escribiendo. En silencio y soledad, dentro de su capullo, enhebrando textos, en un espacio simple, oscuro y escueto. Sin dejar de narrar aquello que le ha hecho crecer a uno un poco, que le ha permitido disfrutar, que le ha ayudado a aumentar sus sueños.
La felicidad es corta, afortunadamente, de otra forma resultaría falsa y lo que es peor, agotadora. Así que dentro de este Cuaderno, dentro de este relato, procura uno ser feliz, como el gusano en su espacio, aunque sea de forma solitaria y efímera, pero lo más auténtica que pueda uno desear.
Y hoy el detonador que me ha llevado hasta el teclado de este Cuaderno ha sido que: estando escuchando Orphée de Jóhann Jóhannson, melodioso, íntimo y delicado, V. se ha acercado a regalarme su dibujo, lleno de nubes cargadísimas, un sol y un gato feliz escuchando música con sus cascos.
Me ha dicho que yo era ese gato y que iba a abrir la ventana para que las notas de mi música saliesen hasta la calle, así dejaría de llover, como en su dibujo, porque todo el mundo sabe -me ha recordado- que solo la música fea es la que hace llover, y no la mía, y que así sin lluvia podríamos juntos bajar a patinar a la calle