A mi me resulta imposible pensar que Dios no estuviese canturreando cuando creó el mundo. Las cosas que hacemos con más gusto o de las que más nos enorgullecemos, las hacemos, las hago yo al menos, canturreando. Puedo estar seguro que a Fernando Argenta le concibieron canturreando. No lo entiendo de otra manera. Me pregunto qué canturreaba Don Ataulfo entonces. La música nos entra en la vida , en la cabeza (a algunos en el alma) de la forma más inesperada.
Creo que yo debía tener siete u ocho años cuando mi padre me llevo al Real antes de ser reformado. Mi abuelo fue trompa de la Sinfónica y mi padre tenía un contacto con un acomodador en el Teatro. No tengo ni idea de lo que fuimos a escuchar. Me sentó y me explicó la disposición de los instrumentos, su nombre, su familia, su sonido...
Me explicó cuándo se aplaudía y cuándo no. Me explicó historias de mi bisabuelo y me habló, me habló mucho rato, todo el que habíamos sido capaces de robarle juntos a la tarde de aquel sábado, metidos en aquel increíble espacio.
Salió la orquesta a afinar. Me llamó muchísimo la atención durante ese momento desordenado de los instrumentos, que aquello que estaba tan lejos, sonara tan claro y tan cerca. El contacto del acomodador era bueno, pero las butacas eran de arriba, muy arriba.
Se hizo un respetuoso silencio cuando el director levantó los brazos, como para ordenar silencio, como para mandar prestar atención, como si fuese a crearse en ese instante todo a su orden. Entonces sonaron los primeros acordes y…el culo me vibró. El sonido entraba por mis oídos pero se sentía vivo a través de la butaca roja y aterciopelada, subiendo por todo el cuerpo. Debí poner buena cara porque aquel fue el primero de muchos sábados con mi padre. No sé si me concibieron canturreando, pero estoy seguro que de esa forma, un tanto especial, aquella tarde nací a una nueva vida con mi padre.
Fernando Argenta ahora se ha ido con el suyo. Estará viajando solo en una arriesgada misión espacial. Como aquella que puso en marcha en 1977 la NASA, al mandar al espacio la sonda espacial Voyager. Un comité de sabios presididos por Carl Sagan eligió cuidadosamente lo que las naves Voyager llevarían en su interior, como representación de nuestra civilización, si se llegaba a producir un encuentro de las naves no tripuladas con otra forma de vida inteligente. En el interior llevarían Mozart, Beethoven, Stravinski y como no, llevarían al cantor de Santo Tomás, J. S. Bach. Los marcianos podrían escuchar, si les apeteciese, el primer movimiento del concierto de Brandeburgo nº2 en versión de Karl Ritcher y la orquesta Bach de Munich.
¡Y qué cosas! Ahora que la NASA anuncia que la sonda Voyager 1 acaba de salir de nuestro Sistema Solar, llega el bueno de Fernando y se adelanta. Sale de la galaxia, disparado como un cometa, con decenas de partituras bajo el brazo, al encuentro de su padre, para poder interpretar, mejor que nadie, cualquier sinfonía que pueda hacer más comprensible el extraño legado que el hombre está dejando para la Historia.