No he terminado de subir al tren y ya le invade a uno un agradable sentimiento de melancolía. Ese estado que, según Andrés Trapiello, es la tristeza de los entusiastas y la alegría de los misántropos. Y como uno es de ánimo móvil (Qual piuma al vento), y por días se siente expansivo y comemundos y al siguiente, sin solución de continuidad ni causa aparente, se encierra en un oscuro pensamiento, igual le da cómo se encuentre justo antes de poner el pie en el estribo del vagón, porque viene a apaciguarse el alma y se encuentra a gusto uno consigo mismo cuando se ha sentado en la butaca, atemperado y melancólico, pero equilibrado.
Durante el viaje a trescientos kilómetros por hora, a través de la ventanilla, el paisaje se hace vulnerable y solo aparente, tan cambiante que resulta casi irreal. Me pude dormir nada más salir de Sevilla y así me evité el disgusto de ver naves industriales, desecheros y barrios dormitorios.
Pero luego fue un gozo poder abrir los ojos en una naturaleza quijotesca -casa e intemperie de sueños- cruzando tierras en barbecho, huertas de naranjos, caminos embarrados, geometría de olivares e inconfundibles campos de cereal que ya despuntaban en brotes verdísimos a estas alturas del invierno. Así que todo aquel basto paisaje, por ser así, inmenso en belleza, invitaba a un mayor recogimiento.
Y fue entonces que sintió uno, al ir atravesando todo aquello, cada kilómetro distinto y más bello que el anterior, la necesidad de hacerse definitivamente nómada, como los vagabundos, como los gitanos cervantinos; mudarse de cualquier sitio, sin dirigirse a ninguno en concreto, sin echar raíces, mientras se marcha uno hacia el lugar nuevo, que será , sin ninguna duda, mejor.
Todo atravesaba mi campo visual durante solo un instante y le dio a uno por pensar que la vida pasa a esa misma velocidad. Sentí entonces una avidez ardiente por captarlo todo, por vivirlo todo, en un ejercicio pedagógico constante, en el que la propia vida es clase y maestra, lección y experimento.
Posiblemente no existen normas, pautas ni decálogos universales. Recordé aquella fotografía suya, asomado a la ventanilla de otro tren, en Escocia, y estoy seguro que lo que es válido para mí, puede que no lo sea enteramente para él. En todo caso, mi tren puede que ejerza en él el famoso efecto pistón (el aire que anticipa al tren que ha de llegar por un túnel) que le dará el primer impulso, pero nada más.
En todos estos disparates se pasó el viaje. Pensamientos melancólicos: memoria e imaginación. Amalgama de la edad. Entonces, el revisor del vagón, bajo y regordete, con una barba -sombra de luna sobre la cara- zarandeándome me dijo:
“Señor, (mi señor, mire vuesa merced… quise entender), que ya hemos llegado a a Atocha…”
Nota bene:
1.- Durante este sueño en el tren me acompañó el álbum: Der Klang der Offenbarung des Göttlichen del músico islandés Kjartan Sveinssonex-tecladista de la banda islandesa Sigur Rós. Kjartan también compone bajo el seudónimo de El Viajero Solitario.
2.-Hoy he visitado el último trabajo de Chema Madoz que posa su mirada fotográfica en Asturias y convierte su espacio geográfico, sus costumbres y sus gentes en una abstracción poética. La exposición, formada por 34 fotos inéditas, que se puede visitarse en el Centro Conde Duque de Madrid hasta el 16 de abril, se titula: El viajero Inmóvil.
3.- Esta fotografía de Madoz es de Castro Prieto… un Viajero Inagotable.
5.- El fotografió ese embalse para un magnífico libro: Razón y Sed, al que pone el texto de las fotografías de Juan Manuel Castro Prieto, Juan Manuel Díaz Burgos, Paco Gómez, Martí Llorens y Ana Müller, el escritor Andrés Trapiello. Y bueno, fin del círculo.