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Entre el agua y el cielo.

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Laguna de Venecia, crepúsculo del 1 de mayo de 2016
Solo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce. Gozamos del día excitados por el vino, sin que nos desilusione la pobreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar- como una calabaza arrastrada por la corriente del río- sin perder el ánimo ni por un instante, esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero.
Asai Ryoi
Narraciones sobre el mundo efímero de las diversiones.
Kyoto 1661

Vuelve uno a este cuaderno de bitácora, de lo cotidiano, con unos días de retraso, pero con los ánimos renovados. Desea sentarse a escribir del viaje, no tanto por si alguien quisiera leerlo, como por servirle a uno de apunte para la memoria - tan frágil- no fuera el caso que me de por revivirlo mucho más adelante.

Lo hace uno con respeto, sin embargo, porque como dice A. Trapiello  en Las inclemencias del tiempo (el que hace el número diez de todos sus volúmenes del Salón de pasos perdidos)  una estancia de un par de días, cada diez años en Venecia no parece justificar el poema, el artículo o  la paginita.  Y aunque haya estado allí un número de veces mayor al referido por el escritor leonés,  no se atreve uno a decir nada sobre ella, pues ya lo han dicho antes aquellos que pasearon sus ojos por sus canales haciendo luego literatura incontestable y eterna, como la propia ciudad.

Se ha escrito más sobre Venecia que sobre la mayoría de las otras ciudades del mundo. Goethe opinaba que esta ciudad no podía compararse a ninguna otra. Dickens que "superaba la capacidad imaginativa del más fantástico soñador", o Thomas Mann que la consideraba "la más inverosímil de las ciudades""mitad cuento de hadas, mitad trampa". Lo hacía Mann mientras describía la belleza de Tadzio, y así de paso, el que lee Muerte en Venecia, va de la mano de Aschenbach entendiendo el hipnotismo decadente de la ciudad suspendida sobre las aguas.

Hemos ido los cuatro. Queríamos presentársela formalmente a V. y P.  Este llevaba tiempo pidiéndolo y había que formalizar una relación que, como en la antigüedad, solo se había establecido desde la posesión de la estampita y la narración de sus padres. Y no le ha defraudado. Italia nunca lo hace.

Han aprendido mucho, aunque me conformaría con que tan solo hubiese prendido en ellos la semilla del asombro, esa que es imprescindible para la vida, sin la cual no se puede dar el espíritu del descubrimiento, de la superación, de la necesidad de estudiar, y en definitiva, de hacer nuevo y distinto cada día.  Me daría por satisfecho si se hubiese improntado en sus cabecillas el recuerdo de escenas y paisajes que, como dice Oliver Sacks, formasen ya parte de su repertorio, de sus “reminiscencias”, que pudieran conformar en el futuro  mundos imaginativos más complejos,  personales, dramáticos e “icónicos”. 

Y para uno, estar otra vez en Venecia, así juntos, ha significado mucho, pues he comprendido el significado de la ciudad y del  propio viaje. Y fue así que: en el crepúsculo del primer día de mayo, celebrando el sexto cumpleaños de V. volvíamos cansados a nuestro hotel en Murano, subidos al vaporeto, después de un largo día de caminata.  Salimos a cubierta para ver el perfil en el horizonte de los campanarios y los edificios suspendidos en la incipiente oscuridad. Había pequeñas luces de Venecia que rebotaban sobre el muro negro de las aguas de la laguna. Eran unos pocos corpúsculos luminosos que bailaban con el viento que pasaba y agitaba el agua dormida. Eran gentiles centellas que se abrían paso entre la bruma, chapoteando luego en ese caldo espeso del Adriático. Todo estaba envuelto en una bondadosa tiniebla, sensible a la vista. Picaban los ojos y a nuestro alrededor palpitaba el ambiente, provocando fácilmente las alucinaciones. Ellos me comentaron entonces que veían sombras danzando sobre el agua, cerca de Venecia. Uno les hizo ver que esas sombras eran amables espectros de antiguos visitantes de la ciudad que volvían con enorme nostalgia para verla de nuevo.


Aprovechad el momento hijos -les dije- abrid los ojos y disfrutad de la escena. Por si no se repitiese. Aprovechad el momento, insistí. Y allí juntos y abrazados presenciamos la somnolienta soledad de la ciudad, entre el agua y el cielo.

El ruso Joseph Brodskyescribe: 
"Al rozar el agua, esta ciudad mejora la imagen del tiempo, embellece el futuro. Ése es el papel de esta ciudad en el universo"

Nota bene:

1.- Asai Ryōi (-, 1691) fue un escritor japonés de principios de la era Edo. Era monje budista en un templo de Kioto y está considerado uno de los mejores autores de un tipo de literatura popular. Aunque comprendía muchos géneros, un tema común era la celebración de la vida urbana contemporánea

En su Historia del mundo flotante se aborda la idea transitoriedad de la vida. Nada permanece para siempre. Uno debe de disfrutar los placeres de esta vida como si cada día fuera el último.

2.- Luchino Visconti utilizo en Adagietto de la quinta sinfonía de Mahler para su película Muerte en Venecia, basada en la novela homónima de T. Mann.






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