“Antes de ponerme en marcha hacia el mundo me di cuenta que ya hacía mucho tiempo que yo ya no era una niña. En la calle no había nadie, solo dos perros flacos y uno le estaba oliendo el culo al otro”
Emma Reyes pudo haber muerto en cualquier momento de su infancia colombiana o de su terrible adolescencia conventual, pero el mundo tuvo la suerte de que viviera hasta los 84 años para poder contar aquellos primeros años de su vida.
Hay algunos libros que llegan a la mano de uno por puro azar - en este caso por la recomendación de Lola Larumbe de la Librería Alberti- y que cuando terminas de leerlo sientes que es lo más sobresaliente que has leído en mucho tiempo y que será de hecho una lectura inolvidable.
Memoria por correspondencia es un libro tremendo y necesario, escrito con una naturalidad (un lenguaje conmovedor e infantil, pero riquísimo y expresivo), con un coraje y una autenticidad que hacen de él un libro arrasador.
Emma Reyes fue una pintora colombiana que residió en Italia y Francia. Tuvo amigos en el arte como Moravia, Sartre o Pasolini, y ella misma protegió como una madre a artistas del otro lado del océano que recalaron en Europa. Por eso supongo que la autora debió conjurar sus miedos, hasta sus pesadillas, para traer con profunda emoción, muchos años después en su etapa como artista, sus penalidades infantiles, en forma epistolar, con un estilo brillante que recuerda a Dickens.
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La Pintora Emma Reyes junto con el receptor de sus cartas German Arciniegas. |
Lo sorprendente es que esta mujer fue analfabeta hasta la juventud. Hasta entonces fue criada en un cuartucho, malnutrida, golpeada a botazos, abandonada como un animal, explotada laboralmente en un convento durante quince años, del que al final pudo escapar alejándose del pudridero de la infancia para convertirse en la mujer que fue.
Luego, al final del libro, cuando piensas que todo ha sido una narración loca e inventada, Diego Garzón, resuelve los interrogantes de la vida de Emma que surgen al hilo de la lectura de estas cartas, en las que la artista reconstruye sus orígenes para Germán Arciniegas.
Los hechos que narra, por terribles o sorprendentes -mágicos incluso- no están escritos para generar la lágrima; de hecho, de puro increíbles algunos son incluso divertidos. La prosa está cargada de detalles, las escenas son descritas al milímetro, los capítulos se dosifican con ternura, para que uno pueda asimilarlos lentamente hasta cautivar por completo.
Al final se queda uno desarmado de emoción, con la sensación de que cada carta, cada capítulo de este libro, leído en un par de tardes, es una miga de pan brillante que te permite regresar a casa sin problema, esa que se supone que es la mirada introspectiva de cada uno. Es inevitable comparar entonces las infancias, la propia y la de Emma, y al recoger esas migas de pan dejadas por la autora, saberse agradecido por la vida que ha tenido uno.
Coincide el libro, en este verano de emociones tan intensas, con todo lo que uno ha vivido y visto en los últimos meses. Coincide con mis reiterados recuerdos nicaragüenses y también por azar coincide con la película, Trash, ladrones de esperanza, que pude ver durante el vuelo hacia Centroamérica y que también os recomiendo. Aquí os dejo el trailer. Haced las dos cosas, es una recomendación sincera: leed el libro y ved la película. Por lo demás, no es necesario ir a Nicaragua.