Foto ©blogscriptum. Bilbao 2006
Hago lo que sea por estar seguro de que he salido andando triunfante del sueño hacia la vigilia. Me muerdo el labio, chasqueo los dedos, incluso me santiguo. Cualquier cosa, un asidero sensitivo al que agarrarme para poder iniciar el camino del día sabiendo que el sueño, por fín, ha finalizado. Lo hago para no sentirme como un inmigrante en una confusa patria onírica, un vagabundo del extrarradio de la conciencia. Odio esa sensación de irrealidad insatisfecha que supone creer estar dormido y no estarlo al mismo tiempo. No me gusta el terreno del ensueño, está siempre lleno de vagas e inconcretas sugerencias. Prefiero la realidad inconsciente de cualquier sueño antes que la alucinación previa al despertar. Pero aquella madrugada abrí los ojos precipitadamente, envuelto en un sudor inquieto, sin nadie al otro lado de la cama.
Era invierno, el viento había estado arrastrando papeles por los callejones, empujando las persianas, arañando los cristales de las ventanas. Al alba se hizo el silencio, y todas las cosas participaban en él. Afuera yo suponía la masa rumorosa de la ciudad que despertaba. La habitación de aquel hotel, y yo con ella, quedaba envuelta en una tensa ansiedad anticipatoria. Comenzó entonces a llover con lenta parsimonia. Como a menudo lo hace en el norte.
Avancé por el pasillo de la habitación con una indecisión en cada paso y la misma incertidumbre en el corazón que tiene el trapecista antes del gran número final. Hasta entonces estaba contento con mi suerte, dormía a gusto, con la conciencia tranquila, pero aquella noche tormentosa había conseguido despertar en mi cabeza amenazas difusas, como la profundidad de un bosque espeso. Al final de ese caminar inquieto, por el pasillo enmoquetado, de puntillas, pude presenciar el misterio y coger la cámara para disparar a hurtadillas.
Ahora que sopla nuevamente el viento por las noches y he tenido la fortuna de encontrar esta foto que creía perdida. Al revisarla, he recordado aquel momento y eso me ha ayudado a diseñar la estrategia para huir de las amenazas que gritan fuerte, de las indigencias del pasado y de las mezquindades del presente. Me ayuda a recordar, como aquella noche de hace 8 años ya, que entre los prodigios del amor está la Paz que viene en él y se perpetúa con él para siempre. Y yo estuve allí, a escondidas, para verla.