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Respice post te, hominem te memento.

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En procesión, a lo largo de la ciudad, por el campo de Marte, acompañado de senadores, magistrados y bandas de trompetas, mostrando los despojos de los pueblos vencidos, sus insignias, sus estandartes, las armas y las estatuas arrebatadas al enemigo que luego ejecutará, atravesando la porta Triumphalis, cerca del circo Flaminius y hasta el Capitolino, después de atravesar el foro, Julio César, el general victorioso, montado en su cuadriga, vestido con la toga purpúrea de la victoria y pintada de minio rojo la cara, saluda al pueblo romano. Tras él y susurrando al oído, un esclavo le recuerda:

Respice post te, hominem te memento.

Pasada ya la prudencial cuarentena y la efervescencia de vídeos, chistes y chascarrillos “embotellados”, me he dado unos minutos a la reflexión de lo que ocurrió hace casi dos semanas.

El problema de la actuación de la alcaldesa de Madrid, en la defensa de la candidatura de los juegos olímpicos,  no reside en lo mal que hizo su presentación (que lo hizo muy mal, “dramáticamente” mal) Ese no es el problema y, sinceramente, hay que reconocer que lo hizo de memoria, sin leer y ante una audiencia potencial de miles de millones de personas (cuando la mayoría de los que la critican no son capaces de levantar la voz en la reunión de la comunidad de vecinos para decir que colgar los calzoncillos a secar en la terraza, de cara a la calle, a la vista de todos,  es un acto que debería ser castigado con pena de cárcel; porque ya se sabe, se empieza por la estética y se acaba con la ética. Se empieza por colgar los calzoncillos en la terraza y se termina abriendo una cuenta en Suiza y desfalcando el dinero de los contribuyentes)

El problema no es que tuviese una pronunciación espantosa (que lo era) Ese no era el problema, porque a pesar de eso, hay que reconocer que habló en un idioma que no es el nativo suyo y en el que seguramente, por la generación a la que pertenece, no se haya formado (como el noventa y nueve por ciento de los sujetos que la critican, que no saben pasar del My tailor is rich de los Toreros Muertos)

El problema es  otro y es de mayor calado. El problema, además, es doble.

El primero es que como alcaldesa de la capital que optaba a la celebración de los juegos, se veía obligada a realizar ese discurso (y le echo pelotas al hacerlo) y no había otra opción, porque era la alcaldesa. Ese era el problema, que sin haber demostrado ningún otro mérito político ni profesional que el de ser mujer de un ex-presidente de gobierno y ser la segunda en unas listas cerradas, a cal y canto, que los madrileños no pudieron modificar con su voto, Ana Botella era la alcaldesa de Madrid. Era por lo tanto la única y obligatoria opción. O ella o nadie.

El segundo problema es más grave, a mi juicio. En esta ciudad, que se jacta de no serlo, de ser sólo villa y corte, el rastro que aún queda de villa (desaparecido ya el ganado, aunque no la mierda arrojada por las ventanas) es el de las moscas, que en forma de chupapollas voladoras, revolotean en torno a cualquier cargo, por público o privado que sea, recordándole al susodicho (o susodicha) lo bueno que es y lo bien que lo hace. Y claro, desde la propia política, no surge el más mínimo sentido de la crítica (ni siquiera el partido de la oposición tuvo el coraje de decir nada, a sabiendas de que lo hubiera hecho igual o peor)

El sentido de la autocrítica en este País ni está, ni se le espera. Y si nadie en la oreja, mientras paseas triunfante en la cuadriga, te recuerda que, después de todo, eres sólo un hombre, con el paso del tiempo sencillamente estás perdido o perdida.

¿Es que no hay ningún Bruto...? (entiéndase el sentido figurado, que no literal, de mi petición)



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