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Un paraguas roto. (La lluvia en Oviedo 6)

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Nota Blogscriptum: 
Las cosas a veces se mezclan sin quererlo. Las frases de Benja se añaden a los personajes de la Lluvia en Oviedo y terminan por juntar relatos y pensamientos.


El río que nos lleva. Jornada segunda.
Un paraguas roto.

La Lluvia en Oviedo. Capítulo 6.

Oviedo se ha convertido en un paisaje gris, inútil y deshilachado. Un paisaje descuidado sin remedio a la voracidad del tiempo lento y el olvido. La humedad y el frío de los últimos meses se han hecho especialmente intensos, metidos como los siento, en los huesos y en el alma.

Carlos y yo no estamos enamorados. Realmente, hacemos el amor. Cordialmente, pero con un regusto de desafección. Hemos alcanzado un tecnicismo terrible y nuestra habilidad para encontrar el placer del otro resulta sorprendente. Sin embargo, después de cada encuentro -sobretodo últimamente- caemos en un silencio estruendoso. Acabamos en un estado de placer colmado  y oquedad en las almas.

A veces siento que mi cuerpo es como la espuma de cerveza, tibia, contraída, progresiva y lentamente diluida, igual que el tiempo que se nos va a los dos entre las manos.
Se decolora hoy lo que ayer fue una sonrisa, por un cansancio de párpados y una indiferencia de gestos.

El murmullo de la lluvia de Oviedo no se aleja y cada vez lo presiento con mas peso.
Deseo huir. Debo huir de lo presuntamente mío. Huir de lo que conozco o creo conocer. De lo que amo o creo amar. Si es que lo amo. Deseo marchar. Marchar a la aldea o al bosque. Marchar. No es necesario un lugar remoto, no busco las Indias, ni deseo el mar del Sur. Partir, lejos de estas caras, de estas rutinas. Me otorgaré el placer de una cueva, de un lugar tranquilo bajo un risco, la falda rugosa de alguna montaña, la sombra oscura de algún bosque cerrado.

Hay tanta gente que genera niebla alrededor mío, haciendo que el sol no salga en mi sueño. Un sueño detenido en la monotonía de cada día. En la sucesión variada de los segundos siempre iguales. Si, lejos de Carlos, de su fama, de sus citas, de su celebridad.

El viento sopla en Oviedo alocadamente, desmembrando paraguas que dormirán desde hoy, boca abajo, en cualquier papelera.

Raquel mira a través de la luna del autobús a la papelera de la dársena que está ocupada por un paraguas roto y piensa que no hay nada más triste que uno destrozado y abandonado, derrotado de una tormenta, roto de armazón y tela rasgada. Este viento equivocado, que parece perdido en cada esquina, sin nombre, porque no conoce a nadie, es el mismo que impulsa a Raquel a coger el primer Alsa, lejos de la lluvia de Oviedo y de su otoño, para recuperar el sueño y su espacio inviolable, repleto  de probabilidades y carente de incertidumbres. 

Y la decisión, por ser suya, no deja de dolerle. No siempre el que deja es el que menos sufre.



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