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Autobiografia semiautorizada.

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Asomado al balcón de Palacio, que da vista al oeste madrileño, desde donde se ven los límites verdes de esta ciudad, me he sentado a pensar.
Al final de este día de estío, el aire, por fin, no pesa. Lleva ya la tarde un vestido malva, melancólico, que hace que los tejados de Madrid se ablanden. De en medio de los ruidos de la ciudad -subiendo por entre sus fachadas- nace un suave silencio.
Al fondo de la vista, el éxtasis violeta, exiliado desde poniente, me invita a reclamar la parte que me corresponde a estas alturas:  un solo haz de sol; un campo verde, pequeño; algo de sosiego con un poco de pan y agua - a ser posible- y algún difuso pensamiento que paso ahora a relatar:

-       Primero:

En el trastero del espíritu, descuidadamente arrinconado, guardo varias cosas íntimas que se me antojan como el recuerdo de un beso agradable (el primero): la memoria de un teatro infantil que es el escenario antiguo de mi casa, de luces tenues, azuladas, lunares; una música heredada e invisible; y el galopar del corazón latiendo a trompicones, en un hablar tartamudo e inseguro, después de algún éxito pequeño.

-       Segundo:

Ahora agradezco: el placer que obtuve  de alguna que otra sombra (recuerdo que no me conformé con cualquier encina); no haber exigido nada a los demás; no haberme arrepentido de llegar a conocerme; saber sentir, de alguna forma distinta, la monotonía de cada día, más que nada, para que no duela; conseguir apretarme yo solo el cordón de mis zapatos y huir, con dignidad, de la tentación de dar a los demás las limosnas de un lenguaje vulgar.

-       Tercero:

Me he esforzado: en  evitar el ansia de cosas imposibles, no pretendo ser un héroe; en renegar de añoranzas de lo que no ha sido, no pretendo ser un ingenuo amante y en no codiciar el deseo de un “tal vez” inaudito, no pretendo ser un estúpido feliz. Todos estos (tres) son gestos cansados del alma, que no dejan pensar, que no dejan hacer, que no dejan ser.

En esta tarde de estío, al final de este día, ahora que corre una vaga brisa, me doy cuenta que mi autobiografía está formada de dos o tres fragmentos, apenas cuatro párrafos, de una lectura no excesivamente complicada.




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