El aburrimiento.: fotografia, Blogscriptum.
Un ingreso hospitalario en aislamiento da para muchísimo. Las horas se hacen eternas. El reloj de pulsera va lento a pesar de marcar bien la hora. La teoría de la relatividad de Albert Einstein–que según él había dejado de entenderla desde que los matemáticos la invadieron- quedaba resumida en una frase que se le atribuye: "Cuando cortejas a una bella muchacha, una hora parece un segundo. Pero si te sientas sobre carbón al rojo vivo, un segundo parecerá una hora. Eso es relatividad". Einstein no hacía más que demostrar con teoría física un fenómeno por todos observado.
Pues bien, en esas horas alargadas, le dio tiempo a uno de leer mucho y muy diferente. Y no por el ánimo del enfermo, sino por pura casualidad, todo venía a estar vinculado a la tragedia. Los libros y los periódicos se llenaban de personajes que se veían enfrentados de manera misteriosa, invencible e inevitable a su destino.
Todas las historias, todas, acababan en muerte, destrucción física, moral y económica, no sólo del personaje principal, sino de todo lo que le rodeaba, cayendo así unido, protagonista y entorno, en una espiral de adversidad, de hekatómbē.
He leído Estrómboli de Jon Bilbao. Y ahí estaban todos los finales de sus cuentos: sorprendentes, impulsándole a uno a la desazón, a la propia kátharsis, obligado a poner el final que quedaba abierto ante uno. Y claro, llega la duda: por un lado, no somos dueños de nuestro destino; pero por otro, la suerte nos la hacemos. A dónde nos llevan nuestros actos, cómo nos atan, lo que somos capaces de hacer por un fin que consideramos justo y a quién implicamos con nuestros actos.
En el último cuento, el que da nombre al libro, Estrómboli, se habla de huir o esconderse; o de creer que huyendo o escondiéndose uno se salvará, cuando en realidad no se trata nada más que de postergar lo inevitable.
Entonces, en estos días de lecturas trágicas, reaparece, aunque realmente nunca terminó de desaparecer, la figura de MC. (Mario Conde). No es que a uno le importe en absoluto el destino final de este personaje, sus opiniones (o sus ficciones) Más bien le atrae a uno poderosamente la atención el torbellino trágico que ha generado en torno suyo y que parece que terminará por arrastrar con él a su familia, en primera y segunda generación. Entiéndase esta tragedia según la definición que se dio tres párrafos más arriba: destrucción moral inevitable.
¿Es el destino? ¿Pudieron sus hijos haber evitado incurrir en los mismos (presuntos) delitos de su padre? Y los hijos de sus hijos ¿Aceptarán también la ficción en la que probablemente fueron educados sus padres? El fin es justo. El patrimonio. La familia.
La respuesta la encontraba uno en Slavoj Zizek, filósofo y crítico cultural. En un artículo de opinión genial, a propósito de los famosos “papeles de Panamá”, se preguntaba: ¿por qué los perros se lamen los testículos (y los varones no lo hacemos)? Él mismo se contestaba: Porque ellos pueden.
Pero ¿responde esto a mis inquietudes o las aumenta?¿Sería uno capaz de enfrentarse al destino que viene dictado por el que le precede? ¿Y si no he sido educado en otra cosa que en esa ficción?¿Me lamería los testículos si llegase a hacerlo?
En Breaking bad, la mejor serie televisiva que haya visto, con permiso de True Detective del genial Nic Pizzolatto, se presentan todas estas cuestiones morales. El alma de la serie, Walter White, el protagonista, nace como víctima tras ser diagnosticado de un cáncer de pulmón:
“Doctor, mi esposa está embarazada de siete meses, con un bebé que ni siquiera planeamos. Mi hijo de 15 años tiene parálisis cerebral. Yo soy un profesor de química extremadamente superdotado (que termina dando clase en un instituto de Alburquerque en Nuevo Méjico, a alumnos desmotivados) […] ¿Y en 18 meses estaré muerto! ¿Y me pregunta por qué huir?”
Esta confesión a su psiquiatra es la que le autojustifica para convertirse en el mayor y mejor “cocinero” de metanfetamina del sur de los Estados Unidos, envolviéndole a lo largo de cinco temporadas, en una espiral de mentiras (en ocasiones delirantes, esperpénticas), delitos y progresiva degradación moral. Pero todo queda justificado por el fin: la familia, el patrimonio, la sed de venganza frente a la injusta adversidad.
El espectador lo ve entonces como un antihéroe, al que justifica en sus delitos, y al que adora, por encima incluso de su mujer Skyler, que lo único que pide de él es la verdad. Verdad que la termina arrastrando a ella y su familia hacia el mismo lado oscuro de la vida: el caos, la muerte y la degradación física y moral. Lo hace…casi hasta el mismísimo final.
Así que uno va pasando de Estrómboli a MC. y de este a Walter White reflexionando sobre los actos que se hacen hábitos, los hábitos que se hacen carácter y el carácter que acaba por determinar el destino. Y creo finalmente que aborrezco el determinismo. Está claro: el destino podrá barajar las cartas, pero después de ponerlas sobre la mesa, es uno el que las juega.