Tuvo uno la sensación aquella tarde dentro de la casa deshabitada que me habían invitado a conocer, que aquello era más un allanamiento que una visita de cortesía. Hacía varias décadas que ya nadie vivía allí, y sin embargo, estaba todo colocado como si fuera a suceder el regreso de sus antiguos moradores en cualquier momento para invitarle a uno a tomar un café.
Los objetos, dentro de las alacenas o por encima de las repisas, colgados de la pared o cerca del fregadero, estaban perfectamente ordenados, casi se diría que recién lavados, como si hubieran hecho hacía unos minutos un inventario detallado de las posesiones antes de realizar una mudanza. De haber buscado un poco habría encontrado la hoja con los detalles de lo que había en la casa sobre la mesa del comedor. El aire gozaba de esencias volátiles, antiguas vivencias que me parecían extraordinariamente presentes, como el abrigo de niño, colgado como recién llegado del colegio en un día de lluvia.
Y piensa entonces uno, como cada vez que entra en una casa abandonada en aquella aldea, que sus antiguos propietarios no han acabado de marcharse. A todo ello contribuía la extraña sensación de estar visitando más un santuario que una casa, pues cada rincón y pared estaba decorado con una estampa, un cuadro o una imagen de una virgen un santo o un Sagrado Corazón.
Mientras curioseaba por sus habitaciones empapadas de nostalgia y misterio, volví a sentir presencias agradables en torno mío. Los fantasmas no son espíritus que vienen desde la muerte a visitarnos, pensé. Nada les trae del más allá hasta nosotros; más bien al contrario, son residuos vitales de los que se fueron que, poco a poco, van desvaneciéndose. Estos ecos de la vida, que no de la muerte, tardan en desaparecer tanto más, cuanto menos se vean sometidos al roce de los otros vivos. Por ello siento más y mejor su presencia en el campo y en la aldea, allí donde su aleteo, como el pájaro débil, aún con un hálito, se hace más tangible. Por eso ningún fantasma dura eternamente; por eso, estos que yo presentía eran corteses y enormemente amigables al enseñarme su casa.
Fue una tarde agradable, casi se diría que al salir creía estar oliendo a café recién hecho.
Fue una tarde agradable, casi se diría que al salir creía estar oliendo a café recién hecho.