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Suficientemente.

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Foto Blogscriptum. Escocia, junio 2014. 



Queridos Hijos:



Hoy ya es treinta de diciembre. Es la una de la mañana y estáis dormidos. Profundamente dormidos. Vengo de operar y os he descubierto en mi cama con una respiración tranquila, que mece el aire en el entorno de vuestros labios, lirios en el margen de un río remoto. Os contemplo solemnes, verdaderos.



El año se dobla ya por la última página y vengo a vosotros, como otras veces a estas alturas del calendario, para escribiros. Lo hago ahora que tú no sabes leer y tú apenas sabes guardar las pautas de puntuación de lo que te llevas a los ojos. (“Declama, hijo, declama”, si no lo haces al leer, nadie te entenderá al hablar).



Es difícil escribir para el lector que aún no es (acaso para el que será), y eso si es que queréis o podéis hacerlo, pues no guardo copia de esto, ni de nada de lo que escribo. Algún paleontólogo informático podrá bucear en los estratos de mis textos para que podáis echarles un vistazo (ruborizados, espero que no avergonzados)



Os recuerdo, ahora que lo leéis, que acabamos de pasar juntos días de cielos arrebatados, teatrales. Tú me decías que las nubes parecían velas, hinchadas y negras como un barco pirata. Yo efectivamente las veía agitadas y vehementes, movidas alocadamente por un viento frío. Y tú me decías que te parecían cortinas de algodón y yo también coincidía contigo, pues se me antojaban como aparatosos telones de un pesado terciopelo a punto de caer sobre el escenario de un día apoteósico.



Durante estos días hemos apurado las luces suspendidas en la raya del atardecer, sobre la línea del horizonte, y hemos llamado a las mismas luces, renovadas, a primera hora del día. Lo hemos hecho en paisajes modestos y esteparios, después de alguna tormenta, cuando todo clareaba y era más limpio. Todo eran sugerencias, sin exuberancias, ni cumbres,  ni tumultos de verdor, ni regatos ni pájaros.



Tú me has dicho que al respirar el aire te hacía cosquillas por dentro.  Y en cambio tú me has dicho que notabas las cosas brillantes en los ojos. Yo no sé si he sabido explicaros, aunque también lo sentía, que es el poder balsámico del aire frío y de esa luz, penetrantes y dulces al mismo tiempo, los dos modulando cualquier sentido: la vista, el tacto o el oído. Como si todas las cosas que vieramos fueran amigas en la sencillez, en ese frío y en esa luz.Y en la amistad hay siempre calma.



Estos últimos días del año juntos, alejados de todo y de todos, tú me has dicho que oías más cosas y yo te he dicho que en el silencio los sonidos se amplifican, y te he hecho ver que el crepitar del fuego puede resultar escandaloso. Tú, en cambio, has sido capaz de asustarte al escuchar, aún  entre tus gritos, el sonido de la pira de madera desmoronada por el fuego.



Al llegar a casa después de estos días cercanos, tú me has dicho que tu cuarto olía a una cosa conocida, aunque no sabías a qué. Tú, en cambio, me has dicho que olía a muchas cosas. Yo he intentado daros la razón a los dos, pues el olor de vuestro cuarto era el de vuestro propio olor, porque vuestro cuarto huele a lo  que sois. No es un olor, tienes razón tú. Son diminutos olores. Como un gran templo perfumado. Y tú también tienes razón, porque es un solo olor al mismo tiempo,  huele a vosotros.



Y todas estas cosas: lo visto, lo oído, lo olido, las hemos hecho y acabado suficientemente. El resto, a partir de hoy y en adelante, corre de vuestra parte. Cuando seáis mayores procurad entender la diferencia entre lo “hecho” y lo “acabado”.

   
"... Una obra con genio, si se prefiere, una obra con alma, en la que todo está bien visto, bien observado, bien entendido, bien imaginado, está siempre muy bien ejecutada cuando lo está suficientemente, ya que hay una gran diferencia entre una pieza hecha y una pieza acabada, y, por lo general, lo que está bien hecho no está acabado y una cosa muy acabada puede no estar hecha en absoluto".**



El secreto de esta frase está en el adverbio "suficientemente".



Buscad la melodía, el matiz, la caricia, la sugerencia. Huid de la obviedad y el didactismo. Eso es insultante para vuestra inteligencia. Poned el alma para acabar lo hecho y haced las cosas bien para que resulten acabadas a la vista de otros. Hacedlo con pasión y hacedlo suficientemente, así podréis ver nuevamente metáforas en las nubes, riqueza en lo sencillo, bálsamo en la naturaleza, melodía en el silencio, y olor en vuestro hogar.



Y Feliz Navidad, hijos, de vaya Vd. a saber qué año.



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