El peligro de la nostalgia
regalada a cualquiera,
al primero que diga saber
hacer uso de ella,
es dejar que la contamine
el cansancio de lo imposible.
Yo mismo puedo tolerar
el susurro que ofrece el recuerdo
o la tímida esperanza que se vierte
desde un inverosímil despropósito;
pero siento pavor de la ausencia
que todo lo enmohece,
que impide lo inaudito.
Descubrir que nada hay más comprensible
que el silencio cómplice
mudándose constantemente en otras cosas:
el eco de un pasado torbellino,
el sordo rumor de un mar inalcanzado,
la sospecha de un simple rozar.
La ausencia sin embargo,
es un tambor con la membrana desgarrada,
un velo ajironado expuesto al sol,
una tierra con la piel resquebrajada,
sin las lágrimas comunes que la rieguen.
Y no hay más remedio que vivir
en esta casa de luces apagadas,
de espejos cubiertos,
sin prometedores despertares,
sin invocaciones,
oyendo al pasado preguntar
a dónde se nos fue la tímida nostalgia.