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Hoy no hay entrada. ¿O si?

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El fin de semana estuve de guardia. Mis párpados presentían a las seis y media de la mañana del lunes la pesadez de las cosas pendientes y una desazón por la falta de tiempo, algo así como una ansiedad anticipatoria me hizo abrir los ojos media hora antes de tiempo. Lo primero que recordé al despertarme fue el último pensamiento que tuve al cerrar la página del libro: alguna idea original para el post de hoy, querido.

Preparo el desayuno. Sobró tomate rayado del domingo y lo echo sobre la tostada que caliento. Me entrego al extraño sabor de una especie de mejunje que parece serle tan fiel a mis arterias como ingrato a mi paladar. Nada que no se pueda arreglar con un largo café solo. Hoy he decidido mantener el dedo pulsado en el botón de la derecha de la Nesspreso, ese que me ofrece la ración doble. Un poco de azúcar. Me gusta verla hundirse por la espuma y perderse hasta el fondo. Apenas la muevo. He coincidido un breve instante con mi mujer en la cocina. ¿Te has hecho el sándwich? Acuérdate, si puedes llámame para hablar de lo de la nevera ¿Vas a ir al gimnasio por la tarde?

Se que tengo una Sesión Clínica a las ocho a la que llego tarde, hablar de la actividad del final del día me ha producido una extraña sensación de que este se ha terminado antes de empezar. Me apresuro. Hoy no hay nudo de corbata y sirve la camisa de ayer, esa que me hace parecer un bloggero cabreado. Ya me pondré el pijama blanco. No te traigas las bacterias a casa, pienso. Y sí, ya lo sé, el tema del post de hoy… bueno ya veremos.

El orden es este: arrancar, giro del volante para salvar la columna, marcha atrás, mientras abro la puerta del garaje y antes de cambiar la dirección para afrontar la rampa, oprimir el botón 2 de la radio, donde radio clásica está presintonizada. No oír noticias, esta es la consigna de los próximos catorce minutos de viaje hasta el hospital, si pueden ser doce minutos me gusta mucho más.

Hoy no noto el calor de la cabeza de otros días, cuando ha surgido en sueños una idea que escribir. Me da por pensar en el mes de diciembre, una charla en un curso y moderar una sesión del mismo, una conferencia ante el servicio de pediatría y otra en un curso de Insuficiencia renal. Es estupendo porque todo ocurre en tres días.  Frágil equilibrio. ¿Y si suspendes la consulta de la tarde de esos días? ¡Anda, han programado el andante festivo de la quinta de Sibelius! ¿De dónde viene tanta gente? Gracias Dios mío por ofrecerme el trabajo en sentido contrario al atasco. ¿Y si no consigo terminar el capítulo que da pié al final del libro que tengo ya escrito? No llevo gasolina, cojones. Quizás me ponga a hacer diapositivas de la charla de diciembre (¿de cuál de las tres?) antes de empezar la consulta.

La sesión ha terminado pronto y desde luego, oyendo a los demás,  estoy seguro que la experiencia es el resultado de nuestras épocas en horas pasadas. Eso lo he leído yo. Ya lo buscaré. Debo pensar en la entrada de hoy. Llevo días sin hacerlo. ¡Maldita necesidad!

En efecto, soy médico, concéntrate, hoy verás a treinta personas con tanta prisa que hará que la mañana pase rápida, increíblemente fugaz. Soy cortés y educado, le hablo de usted a un enfermo, ¿porqué me tutea? Finjo profesionalidad pero mi acto médico ha durado tres minutos. Quizás no vuelva a verlo nunca. Si, tres minutos de mi vida han marcado el futuro de su existencia. Creo que no tendrá oportunidad de tutearme nuevamente.  Sigo entregando, durante seis horas, plazos de vida a un alto interés. No siento miedo. ¿Debería sentirlo? Sólo advierto en uno de ellos la mirada estremecida  que me hace presentir una distancia desértica hasta el otro lado de la mesa. Pero no tengo el tiempo necesario de llegar hasta el otro borde.

Tengo hora y media de repaso de inglés antes de que comience la clase. Devoro el sándwich. I´ve gone there, three years in a row. Mi profesora sonríe complacida. No he visto a los niños esta mañana. Aún dormían. La enana se volvió a pasar a nuestra cama. They respected each other's privacy. OK very good Enrique.

Sigo de guardia, me han llamado. Conduzco por la carretera mientras pienso que no me gusta planificar mi día, ni concretar horarios. De esta manera, pienso mientras oigo gritar a Elisa Beni -como siempre- para exponer con la suficiente superioridad moral sus pensamientos,  el día no es una consecución obligatoria de objetivos con el único fin de consumir las horas. Si me planifico, al final no vivo el día, lo consumo según lo que toque. La urgencia necesaria de eliminar lo obligatorio. Coño, la entrada del blog. No he leído el artículo que me he descargado. Mañana…

De vuelta después de la urgencia hacemos los deberes juntos. ¿Soy muy exigente? Sólo tiene siete años. No, que estudie. Ya tuvo el rato de piscina. Ese video cursilón del papá permisivo que hace de menos el estudio y el esfuerzo mientras unas risas en off le ridiculizan…no me gusta. I don´t like it. No hay pestaña para oprimirlo en Facebook. Esa forma empalagosa de entender la armonía. A lo mejor, es una forma de no favorecer contrargumentos, de no dar mala impresión, de no cometer un error en el escenario social. Es una mierda de video. I don´t like it.

Mientras cenan los dos salgo a correr. Quizás no es la mejor hora para ser creativo, pero sudando echaré lastre, saldrá el tema del blog. Seguro.
Reviso el correo y repaso Facebook. Todo en orden, nada nuevo, nada especial. Me llaman al busca. Termino de cenar con mi mujer y salgo a operar. Son las doce y media. Me ha dado la mano antes de dormirse. Es un chaval con parálisis cerebral, así que su mano viene de la zona más profunda del cerebro, de la que habla del miedo y la amenaza. La he cogido y el anestesista ha terminado de pasar el propofol. Son las dos y media cuando vuelvo y he dado a la tecla de CD del coche.  A esa hora sigue habiendo gente por Madrid y la música no me sugiere intimidad.

¿A dónde voy con tanta prisa? Mi hija se ha metido en mi cama y me ha rozado. Es cierto, los días pasan fugaces, tan a prisa que apenas he podido pensar en el post de esta noche.





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