Foto de Angela Bacon - Kidwell
Reconozco que es malo lo que escribo, tedioso y con frecuencia cargado de un incómodo lenguaje incomprensible. De tanto en tanto, releo detenidamente el camino recorrido, trecho a trecho, y siento en ocasiones al escucharme, que me brota por dentro algo así como ese pegajoso sopor del vagabundo somnoliento, vencido a la pasividad de no tener nada que hacer.
Pero al cabo de este corto rato, incómodo conmigo mismo, empiezo a encontrarme a gusto en esta encrucijada de la vida, acaso porque he adquirido ya cierta habilidad para hacer barcos de papel con las palabras, acaso porque no me importa mucho lo que opinen.
Mientras yo disfruto esperando que me venga la idea ansiada que haga brillar el malabar de un relato, el centelleo dorado de una historia, quiero advertir que nace en algún espíritu, afligido o triste, la distracción de una fiebre ligera, apenas febrícula, o una dulce embriaguez ilusionante. Y con eso ya me basta.
La vida es a ratos fútil o sensible, a ratos noble o vil, pero voy descubriendo con estupor que con frecuencia –más de lo deseado- nos ofrece el desconsuelo que más aflige que es el del absurdo, el no entender nada como único horizonte de un vasto paisaje dolorido, cubierto de una lenta cicatriz de desamparo. La impotencia de no encontrar algo que sustituya la ausencia y el cansancio que termina produciendo el anticipado deseo insatisfecho.
Entonces vuelven a mi recuerdo las pocas décimas de calor que en alguien produzco y no deseo claudicar con la frustración de lo que podía haber sido, y no se hizo. De no haberlo intentado nunca. Por eso he decidido –ahora que estoy sentado en esta piedra, empezando a ver pasar ya bastantes cosas- centrarme en lo pequeño. Adoro las distancias milimétricas y la escasa sombra que queda entre las cosas que están muy próximas.
Y si algún día termina alguien por leerme y tiene a bien clasificarme, sometido al corsé de vaya usted a saber qué catálogo, prefiero la mirada cariñosa de cualquier anticuario, a los ojos voraces de algún afamado coleccionista.
Maria de Villota. In memoriam.