Foto de Alejandro Marcos |
La única gente que me atrae es la que está loca.
Loca por vivir, loca por hablar.
Loca por tenerse y loca por dejarse llevar.
Loca por salvarse.
Loca por gozar de todo al mismo tiempo.
Sigo a la gente que expulsa una mañana irremediable,
la que es capaz de zambullirse en el agua sin aliento.
Sigo a la gente que va sonámbula
en medio de esta noche estéril, falsa y orillera de tibiezas.
Busco a la gente que no bosteza,
que huye de lugares comunes.
Busco bocas para sonrisas de subterráneas claridades,
busco ojos lejos de miradas escondidas,
de enmarañadas sangres y pálidos recuerdos.
Huyo de rostros confundidos.
No me hacen falta ojos de fuegos de artificio,
acaso candeales
y me abrazo a trompetas que derriben el viento.
Y al final…
aspiro a lo de todos:
una presencia inequívoca de playas,
de olas mansas y retóricas.
Oler a romero comido por salitre,
coger entre mis dedos espigas panizas por el sol.
Reclamo la verdad para erigirla entre tan torpe mercancía
Sé que un llanto que no moja sólo es agua.
Que un dolor sin dolor a nadie asombra.
Por eso no me avergüenza asomar mi cabeza
a esta luz doliente y fugitiva
y mi única aspiración es una piadosa caricia.
En el fondo no soy más que un viajero extraño,
un aventurero épico,
cruzando el universo a todas partes,
sin poder quedarme en ningún sitio.